MI MANO ESTABA APRETADA EN EL GATILLO DEL ARMA MIENTRAS DOS OJOS FOSFORESCENTES, PARADOS CONTRA LA SOMBRA DE LOS ÁRBOLES, ME MIRABAN FIJAMENTE. COMO MOVIDOS POR UN MANANTIAL FELINO, CORRIERON HACIA DELANTE MIENTRAS LA MASA NEGRA DEL CUERPO YACÍA EN LA PUERTA. FUE UN GESTO INSTINTIVO, TODOS LOS FRENOS DE LA INTELIGENCIA ROTOS. EL INSTINTO DE AUTO CONSERVACIÓN APRETÓ EL GATILLO: EL ECO DE LA EXPLOSIÓN RESONÓ POR UN MOMENTO CONTRA LAS PAREDES Y LUEGO CORRIÓ A TRAVÉS DE LA VENTANA ILUMINADA POR LA LINTERNA, DESDE LA CUAL FUIMOS LLAMADOS DESESPERADAMENTE. PERO NUESTRO TÍMIDO SILENCIO ESTABA JUSTIFICADO Y YA ANTICIPABA LOS GRITOS ESTENTÓREOS DEL GUARDIÁN Y LOS GEMIDOS HISTÉRICOS DE SU ESPOSA ACOSTADA SOBRE EL CUERPO DE BOBY, SU ANTIPÁTICO Y GRUÑÓN PERRO.